Preguntas de Estudiantes
En esta sección podrán encontrar preguntas de estudiantes realizadas a Daniel Gagliardo y su tratamiento, brindado en libros de su propia autoría y en otras publicaciones gráficas de Uksim.
¿PODRÍA HABLARNOS DE ESTA GUERRA SIN SENTIDO?
Del libro Por el Amor de Ariadna Daniel Gagliardo
Desde los niveles internos, este planeta es visto en estado de guerra desde hace cientos de años. La guerra, en el plano material concreto, solo es la exteriorización de un estado consolidado en el nivel mental de la humanidad. Lo que esta civilización denomina “períodos de paz”, son solo los lapsos donde la guerra limita su desenvolvimiento al nivel mental del conjunto de individuos. Una cultura que no puede abrirse paso hacia la esencia que impulsó su manifestación, desconoce las energías de armonía y paz. Lo que motiva la presencia de diferentes culturas en un esquema planetario, es el ensayo de la complementariedad. Desdichadamente, para todas las partículas que conformamos este universo-tierra, nuestro ensayo se limitó a la confrontación. El dolor se trasciende con la comprensión de las Leyes. Y esa comprensión nos remite a su vivencia; que a su vez, nos torna armonizadores de la vida material. De tal modo, la paz –en estos momentos de transición, y en el nivel concreto de existencia– se limita a una tenue y prístina red. Conformada por quienes no se involucran con el macabro juego de fuerzas que se ha desencadenado. Paz y armonía –así como equilibrio y orden– existen. El involucramiento con la capa psíquica impide sintonizar su presencia inalterable. Prueba de ello pueden ofrecer quienes, en sintonía con sus núcleos internos, reciben la revelación de una otra realidad y estado de consciencia. Hasta pasada la actual transición, el planeta no conocerá la paz en los niveles materiales. Estado, propio de orbes, que expresan en suficiente grado los atributos de la vida solar. De todos modos, el enunciado aquel de que nada se pierde –orientándonos, por ende, a la comprensión de que todo se transforma– debe ser tenido en cuenta, incluso, en medio del conflicto. No existen preferencias, para la Vida Única, por la manera en que la esencia abandona la forma. Si el hombre de superficie activó y ratificó el estado de guerra continuo, esto es utilizado para saldar una gran cantidad de su débito kármico. En lo relativo a una parcela de la humanidad y definiendo –kármicamente también– el rumbo y destino de otro de sus subconjuntos. Si la esencia se retira de una forma –más allá del operativo utilizado para concretar ese transcurso– es porque aquella ya no sirve a sus fines evolutivos. Así, una gran cantidad de seres que desencarnan en operaciones bélicas, solo está –como quienes lo hacen de otras maneras– transmigrando de uno a otro foro. Con destino a aquel nuevo formato, más apto, para el proceso que la esencia deberá emprender. El hombre es el único responsable por haber restado a la vida planetaria –y a sí mismo– la posibilidad de que el abandono de los vehículos, que le fueron asignados para expresarse en el universo material, estuviera en sintonía y armonía con el ceremonial de la existencia. Con la constitución ritual del cosmos. Es desde este punto de vista, que no existen diferencias entre aquel que muere, temeroso, por una dolencia o enfermedad; y este otro que, igualmente, experimenta aquello en un campo de batalla. Si ambos no pueden estar en equilibrio ante esa coyuntura, de igual modo, generan una interferencia ante aquel tránsito inevitable que la esencia emprenderá. Y tanto aquellos que lloren a uno u otro, se mantienen refractarios a la comprensión de la dinámica transmigratoria de la esencia. Ya de lleno en el próximo ciclo, los humanos de superficie –con una consciencia unificada–, participarán con lucidez del tránsito de la esencia entre los lados externo e interno de la vida. Por ahora, en la incomprensión del mecanismo que sustenta las necesidades y experiencias evolutivas, seguirán creyendo que es mejor morir de un cáncer de cigarrillo; de una cirrosis alcohólica; por la polución presente en las grandes ciudades; en una avalancha deportiva; en un cuadrilátero; sobre un desbocado automóvil; por la demencia que sobreviene de no sintonizar la vida interna, o por sobredosis de algunos de los elementos con los que sostiene una –oculta y perversa– guerra de adicciones. ¿Cuántas variantes de muerte más deberíamos agregar a cuenta de una actitud de vida egoísta, indiferente, parcial, especulativa, ambiciosa, sensual, separatista, exitista, elitista; como así también fatalista, pusilánime, cobarde, soberbia, cínica y perversa? Desde una cierta óptica, de modo general, no existen formas de desencarnar que no puedan ser consideradas absurdas. Un incongruente patrón de vida, solo se abandona por me-dio de absurdas formas de muerte. Las variables desencarnatorias, al igual que los enunciados de las leyes confirmados por un patrón cultural, revelan el estado de conciencia de una civilización. La definición, que resumiría todo esto, podría encontrarse en la simplicidad de la palabra ignorancia. Solo en la oscuridad de la ignorancia, una civilización o cultura planetaria, puede creer que el cierre del proceso encarnatorio –vivido por cada una de las partículas que la componen– no guarda relación ninguna con sus patrones de vida y conducta. No es posible, sin lucidez, colaborar en la entrega de los trajes que nos fueron otorgados para una secuencia evolutiva, cuando formamos parte de un conjunto posesivo. Cuando fuimos educados para retener e interferir aquello, de lo cual otros deberían tornarse depositarios. Nada nos pertenece. Todos somos depositarios circunstanciales de cualquier elemento o energía. Las guerras, son el producto de la incomprensión de éste y otros simples principios. Ellas, de alguna manera, solo exhiben el carácter superfluo de nuestra humanidad que, cayendo en su propia trampa, paga el precio de una existencia superficial. Responsable de la aniquilación de un principio de distribución equilibrado de los bienes materiales; basado en el principal enunciado que debería ser tenido en cuenta en la esfera concreta de la existencia: La simplicidad. ¿Cómo podría carecer este planeta del flagelo bélico? ¿Cómo, si los individuos, dentro de la denominada educación, no reciben auxilio para abrirse paso hacia la realidad interior, de la cual, emerge la paz? Muchos salen a las calles con pancartas, slogans de paz, o reclamos puntuales; justificados para su estado de conciencia. Pero sin pasar por la vivencia profunda de aquello por lo cual suponen reclamar. No importa el motivo o justificativo que nos lleve a utilizar algún índice de presión o confrontación. Debemos asimilar, en lo más profundo de nuestra mente, que la paz –como cualquier principio cósmico o superior–, no puede ser forzada. Ella es expresión inalterable, al igual que lo divino, en todo ámbito o nivel donde la ilusión es trascendida. Aquello que sustenta la manifestación de patrones de vida carentes de paz –como la denominada guerra– puede subsistir, en la medida correspondiente al voltaje de ilusión generado, y dramáticamente financiado por el grueso de esta humanidad. Solo genuina rendición a las energías interiores puede concretar aquel estado, por el cual, clama la esencia humana. Rendición, que no debería verse de ninguna otra forma, que el inicio de nuestra liberación. Esperar que esto pudiera acontecer en la actual civilización, de modo general, y globalmente, sería un exceso de optimismo y disociación para con la gravedad de la actual crisis planetaria. Hoy, con la exteriorización en el nivel concreto de lo que denominamos guerra, el término rendición podría tomar connotaciones de un cierto calibre. Mientras un individuo, una civilización –o las culturas que la componen– no conocen –o ensayan en algún grado– esta rendición ante lo Supremo o Superior –representado por su propia fuente interna– más allá de lo evidente, no habrá depuesto sus armas y las fuerzas destructivas o retrógradas que de ellas se sirven. Estas armas de referencia –allende la tecnología y alcance desintegrador que puedan alcanzar– son la llana exhibición de una actitud –patrón de vida y conducta– que es, objetivamente, aquello que debe ser depuesto. Esta deposición solo puede efectivizarse, actualmente, por medio de una minoría. Aquella que está en condiciones de entender y asumir la requerida rendición. Minoría que no podría aceptar entre sus filas a seres que –infantil e ingenuamente– creen en la buena voluntad para que las cosas puedan ir mejorando. No es con buena voluntad, o incluso una simpática o enternecedora actitud de activista pacifista, con lo que podemos ofrecer a este actual estado de enajenación asesina, un contrapeso. Solo con una verdadera curvatura ante lo interior. Solo con genuina rendición ante lo que adjudica los índices precisos –para cada nivel de existencia– de los principios universales de armonía y paz. La esencia que mora en nosotros. Nuestra buena voluntad puede desaparecer o diluirse, ante el primer revés o presión ejercida. Muchos son los que impotentes –aunque con buena voluntad– no encuentran la forma de trascender los límites impuestos por el laberinto. Las fuerzas humanas –y la buena voluntad es una de sus manifestaciones– están condenadas a respetar, y padecer, las reglas de tránsito del laberinto que conforma la vida concreta. Respetar, debe tomarse aquí, como una manifestación y simbolismo de subyugación. Quiebra y trasciende las imposiciones del laberinto, aquella consciencia que, en sintonía con aquello sobre lo cual el laberinto carece de influencias, posa sus pies –allí donde esté– en un mismo, recto, y único camino. No existe forma de asistir la restauración del equilibrio planetario, si no es por sintonía y adhesión incondicional para con aquel patrón que lo impondrá. Patrón que se encuentra a disposición, en el grado necesario a cada individuo, en su propio interior. El verdadero guerrero es aquel que vence el conflicto en sí mismo. Aquel que custodia su propia existencia, para que la misma no sea invadida por fuerzas oscuras. Aquel que no otorga a los desvíos campo para su manifestación. Así, en esa inquebrantable actitud, custodiando la porción de existencia que le fue otorgada, se torna custodio de la existencia toda. Tarde o temprano –desembocante cultural al fin– intentarán impulsarnos a participar en algún grado mayor, dentro de esto que llamamos guerra; y de lo cual –aún no comprendimos– ya estamos participando. Imposible es que no compartamos en algún grado, las acciones de aquellos con los que participamos de la vida planetaria. Así lo impone la Ley del Karma Material. Nuestro trabajo, dentro de ese contexto, sería aportar verdaderas energías de neutralidad. Neutralidad que no debe ser entendida como indiferencia por algún desprevenido lector. La energía de neutralidad –en términos espirituales o internos– es el aporte necesario a cada situación; su correcto sostenimiento. Desde esa óptica, una acción verdaderamente neutral, solo puede ser alimentada por un impulso interior. Cuando la corriente interior nos encuentra receptivos –penetrando nuestra consciencia concreta– promueve en nosotros la capacidad de neutralización del juego polar en los niveles materiales. Existe una porción del cosmos que es nuestra responsabilidad mantener en orden, armonía, y paz. Aquella que abarca el ámbito de nuestra propia existencia. Cumpliendo con esta premisa, es que nuestro aporte a la actual situación planetaria puede resultar efectivo. Quien armonice y pacifique su existencia, no estará haciendo otra cosa para con el ser planetario del que forma parte. Esta es la labor a desenvolver por los autoconvocados: No tomar partido o posición dentro de las reglas del conflicto. La desidentificación con las facciones y entender que, cualquier partidismo asumido, solo resta la posibilidad de aportar verdaderas energías de elevación y rescate. Es la vibración e irradiación de energías de equilibrio, uno de los más raros elementos a encontrar en la superficie del planeta. Las bases, para cualquier exteriorización del estado que definimos como guerra, se sustenta en esta deficiencia. Estado que altera el flujo de las energías del sustento. La ambiciosa contienda se inicia, cuando el concepto de sustento –por parte de una potencia, esta-do, grupo, o individuo– se basa en tomar –o ingresar a su dominio– elementos. Kármicamente, algunas naciones, recibieron posibilidades de desarrollo y fortalecimiento. Cuestión sostenida energéticamente, para que pudieran colaborar con otras que –con mayores dificultades, o geografías limitantes o yermas– deberían encontrar en ellas herramientas para la manifestación parcial de su sustento. Lejos de eso, la grandeza económica y productiva de estos gigantes no fue orientada evolutivamente y hacia el bien común. Lo que derivó en un concepto distorsionado del sustento de semejantes moles políticas: Despojar a quienes debían recibir de ellas auxilio y acompañamiento. Cuanto más ese concepto de sustento sea ratificado, más cruda será la situación de nuestra civilización. En planetas con mayor evolución, la ausencia de lo superfluo, y la comprensión y práctica del sustento –en su verdadero sentido interno– da como resultante una distribución equilibrada de la energía en todos los niveles de manifestación de esos orbes. Lo que acontece, también, en el ámbito de las civilizaciones intraterrenas aquí en la Tierra. El verdadero funcionamiento del sustento se basa en dar, no en recibir. Cuanta mayor capacidad de donación expresa un grupo, nación o individuo, mayor el flujo de elementos de los que se tornará temporalmente depositario; para ninguna otra cosa que permitir y asegurar aquella cualidad, extendida de manera homogénea por su intermedio. Nuestra civilización, lejos está de acceder a estos concep-tos y su práctica. Así, genocidio y antropofagia van renovando y fortificando su expresión, bajo la mirada especulativa –y el con-trol perverso– de quienes se creen dueños del destino y la vida.
¿CREE USTED EN LO QUE SE CONOCE COMO PECADO?
Del libro Por el Amor de Ariadna Daniel Gagliardo
Más allá del término que utilicemos para definir un patrón vibratorio, lo importante es poder conscientizar su relación con respecto a las Leyes. En cuanto a lo que denominamos pecado, no es otra cosa que cualquier pensamiento, sentimiento, o acción, que desenvuelva energías que circulen en sentido contrario a la evolución. De modo general, en la actual cultura planetaria, el inevitable paso de los hombres por algún índice de pecado, fue utilizado para el dominio y sometimiento de los individuos por parte de las doctrinas religiosas. Poco a poco, algunos seres comprendieron que por más fuerte que fuera el error cometido, el trabajar en sentido contrario al mismo les permitía compensar ante la Ley sus acciones. No todas las actitudes desatinadas, o involutivas, tienen el mismo peso para la Regencia Superior. Ante las Leyes, la incidencia de una acción que atenta contra la evolución del ser, de sus semejantes, o de otras partículas de la esfera planetaria, varía según el nivel de consciencia, información o conocimiento de quien la genera. Nuestros denominados pecados, y la fuente principal que propicia su expresión, datan de una antigua relación que el ser humano de superficie no pudo desenvolver adecuadamente. Nos referimos a la identificación de la humanidad para con el juego de fuerzas presente en la materia, y la capa psíquica que lo sustenta. En la actual transición, un proceso potente, guiado desde nuestros propios núcleos internos, permite la purificación de nuestra consciencia; al tiempo que sustenta un desenvolvimiento análogo en el ámbito planetario.
¿Todas las personas podemos ser vegetarianas y dejar de ingerir cadáveres?
Del libro Alimentación Evolutiva Daniel Gagliardo
¿Todas las personas podemos ser vegetarianas y dejar de ingerir cadáveres?
Todos los seres humanos están preparados, de modo general, y en sentido orgánico, para asumir una alimentación sin canibalismo. De todos modos, solo una pequeña porción de la humanidad, creciente sin embargo, puede asumir alimentarse de modo evolutivo. El principal problema radica en el egoísmo e insensibilidad del ser humano de la superficie planetaria. La cooperación entre reinos solo tiene una verdadera connotación altruista y amorosa en aquellos individuos que ya han asumido la búsqueda interior. El resto, solo entiende la existencia en un estricto sentido de usufructo, búsqueda de satisfacción y encapsulamiento en la concreción de metas personales. De ese modo, los aspectos animales presentes en ellos son confirmados como vigentes y llegan a influenciar sostenidamente sus acciones, emociones y pensamientos. El verdadero vegetarianismo es un cambio profundo en la concepción de la existencia. Quien lo asume desde la sintonía con su esencia interior, y no bajo aspectos frívolos como pueden serlo los regímenes orientados a la estética o el snobismo, no solo se alimentan a sí mismos en el acto de comer, sino que pasan a ser procuradores de sustento para aquel universo del que forman parte.
¿Qué podemos ingerir quienes necesitamos un cambio de alimentación y adentrarnos en el vegetarianismo?
Del libro Alimentación Evolutiva Daniel Gagliardo
¿Qué podemos ingerir quienes necesitamos un cambio de alimentación y adentrarnos en el vegetarianismo?
Dados los aspectos sutiles que actualmente la energía busca instalar en la consciencia humana, así como en la vida planetaria de modo general, la alimentación debiera ser un aporte mayúsculo en la regeneración etérica. En ese contexto, muchos vegetales ya no pueden ser vistos como adecuados para formar parte de nuestro régimen. Ajo, cebolla, pimientos, picantes y los especímenes asociados a estos vegetales por cercanía genética, tienen una contraparte etérica de vibración baja o lenta; con suficiente capacidad de agredir los nuevos aspectos etéricos que el ser humano está desenvolviendo en este nuevo ciclo polar energético. Aspectos que responden a la conformación de un nuevo circuito de energías que gradualmente reemplazará a los más conocidos chakras. Este circuito emergente se denomina consciente derecho o campo cosmo-sono-medular. Así, buscando descartar los vegetales mencionados, teniendo en cuenta restringir al grado mínimo legumbres como la soja; siendo recomendada su moderada ingesta en forma de subproductos como el miso, tofu y soyu, cada ser debe estar atento para dar con su propia dieta vegetariana. Recomendamos la ingesta diaria de arroz integral, de la variedad que el ser percibiera adecuada para él; así como legumbres en pequeñas porciones, todo tipo de verduras y hortalizas crudas o al vapor. Las frutas alejadas de las comidas o en el desayuno. Respecto a otros cereales, pueden alternarse la quínoa, cebada, trigo burgol, amaranto, polenta, mijo pelado, trigo entero o partido, etc. Es menester descartar de modo absoluto las frituras; aun aquellas realizadas con los mejores aceites y en primera fritada. El pan, en caso de percibirse necesaria su ingesta, ha de ser integral o con elevados porcentajes de harina integral; en lo posible de factura casera; o conociendo su origen sin conservantes o químicos que lo alteren.
La combinación diaria de los alimentos contará, en la medida que lo propiciemos, con una importante ayuda intuitiva. Esta posibilidad se favorece mediante la actitud que nos permita ver en los alimentos un campo de servicio, y no el medio para satisfacer el paladar de modo sibarítico, o las ansiedades propias de quienes no encuentran aún la forma de abrirse camino hacia su propia vida interna.